Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En este tiempo de Pascua lleno de gozo celebramos la resurrección y contemplamos las bendiciones que Dios da al mundo a través de su Iglesia, especialmente el Bautismo, la Confirmación y la Sagrada Comunión. Era necesario que Cristo padeciera la muerte, así nosotros podríamos ser restaurados a una buena relación con el Padre. El domingo de la Divina Misericordia celebramos el don del Sacramento de la Confesión que es un océano de misericordia esperando desbordarse a los fieles para limpiarnos del pecado y llenarnos de gracia. Hay mucho estrés en la vida y estamos desafiados para vivir una vida pacífica espiritual, financiera y emocionalmente. Mucha paz fluiría en nuestras parroquias, familias y corazones, si esta fuente oculta de la misericordia fuera utilizada regularmente.
En Lucas 24, 44-49 leemos estas palabras de Jesús después de la resurrección: “…Él dijo, ‘Todo esto se lo había dicho cuando estaba todavía con ustedes; tenía que cumplirse todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos referente a mí’. Entonces les abrió la mente para que entendieran las Escrituras.
Y les dijo: ‘Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se conviertan. Ustedes son testigos de todo esto.
Ahora yo voy a enviar sobres ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba’…”
La promesa del Padre vino sobre la Iglesia en Pentecostés y los Apóstoles llenos de coraje y fe proclamaban el Evangelio sin miedo. En estos días hasta Pentecostés, les ruego que oren por la conversión de los pecadores y el regreso de los Católicos a los sacramentos. Los invito a orar sobre lo que los mantiene lejos de la Confesión. Este sacramento no está impuesto por la Iglesia, fue el primer acto de Jesús después de la resurrección (Juan 20, 22-23) “…sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo: a quienes perdonen sus pecados serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.’” La confesión es una fuente de misericordia esperando para limpiarnos del pecado y llenarnos de la gracia que necesitamos para vivir en paz. Si pidiendo perdón en privado a Dios fuera suficiente, ¿por qué dar este Sacramento fue el primer acto de Jesús resucitado? La confesión es un encuentro con la Divina Misericordia para restaurarnos, para sanarnos y nos da poder para vivir una vida santa.
El Papa Francisco ha declarado un “Año Jubilar de la Misericordia” en el que la Iglesia nos anima a ser un “pueblo ungido” que perdona a los demás y comparte “la alegría del Evangelio” y a ser un pueblo convertido a Cristo a través del arrepentimiento y la confesión. Las palabras más dulces que oí en mi sufrimiento después del divorcio fueron, “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Necesitaba confesar mis pecados y necesitaba la ayuda de la gracia para superar mis sufrimientos. Jesús arde de deseo por nuestra conversión y sufre cuando no aceptamos este don de misericordia. Sí, es difícil rezar, “Bendíceme Padre, porque he pecado”, pero la misericordia es recibida en ese encuentro con Jesús en la persona de su Sacerdote. Después del Vaticano II, el Sacramento se llama Reconciliación para enfatizar la restauración de una buena relación con Dios y con los demás. Por favor acepte esta gracia al prepararse para la alegría y los dones de Pentecostés.
Tu siervo en Cristo, Padre Paul