Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Mi corazón está lleno de alegría pues finalmente puedo desearles Feliz Navidad. En este tiempo, disfruto recordar los lugares, sonidos y sabores de la Navidad como cuando era niño y adolescente. Nuestra casa cálidamente decorada con un árbol de Navidad adentro y el Nacimiento frente a la casa con nieve, luces, ramas de pino y la Sagrada Familia. Disfrutábamos de la anticipación abriendo las puertas del calendario de Adviento y colocando al niño Jesús en el pesebre en la Nochebuena. Hacíamos proyectos con mamá como hornear cientos de galletas o haciendo hombres de jengibre y caramelos para regalar a nuestros familiares y amigos. Teníamos un fantástico bazar navideño parroquial que incluía diversión, comida y juegos para los niños, hasta juegos de tipo carnaval y bingo. Todo esto expresa la alegría de nuestro amor por Cristo y el amor que disfrutamos en la familia humana. El centro de mis recuerdos se enfoca en los aspectos celestiales del nacimiento de Jesús en la liturgia de la Misa de medianoche en Navidad. Mi mirada se dirige al ángel sobre el Nacimiento cuando cantamos Los Ángeles nos han escuchado alto y Gloria in Excelsis Deo. Me imagino lo impresionante que debe haber sido para los pastores al ser despertados por el coro de ángeles cantando, “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad…” No puedo recordar un momento en que no tuve conocimiento de que celebrábamos un evento sobrenatural del amor y la familia. Sí, antes de cumplir cinco años, sabía que Jesús era el hijo de Dios nacido para nosotros por amor para salvarnos.

La Navidad celebra a Dios que viene a reunirse con nosotros donde estamos. El niño Jesús entró en nuestras vidas para invitarnos a compartir la vida divina, la nueva alianza con Dios y con los demás y eventualmente a la vida eterna con Dios en la comunión de los Santos. Dios pudo haber venido a nosotros de cualquier manera, pero fue como un “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Pequeño e indefenso, nuestro Señor viene a nosotros. Nuestros corazones son atraídos por el gorgoteo del bebé, sonriendo y agitando sus manitas pequeñas, que necesitan cuidado y afecto, el niño Jesús nos atrae a él, nos restablece una relación de amor. Dios sabe que lo necesitamos y que no nos gusta admitir nuestra pobreza y dependencia espiritual y prefirió ser nuestro propio jefe. Así que Dios penetra nuestros corazones como un bebé que necesita nuestro amor.

Esta Navidad, expreso con profundo afecto la invitación de Dios para permitir que Cristo entre a sus corazones. Este amor nos invita a superar la falsa autosuficiencia y consuelo espiritual para amar a Dios como un niño indefenso. En la Navidad vemos a Dios como papi, Jesús como un bebé y el Espíritu Santo como el consolador. Se nos recuerda que estamos rodeados por los coros de ángeles que interceden para nuestra protección y el Espíritu Santo quien nos cura.

Mi deseo para ustedes durante la Navidad hasta la fiesta de los Reyes es que el niño Jesús penetre en sus corazones. Al estar llenos de la alegría de la venida del Emmanuel, Dios con nosotros, por favor, enciendan una vela y recen por la paz en la tierra y la conversión de los pecadores. Voy a estar con mi madre y mis hermanos en Texas por dos semanas después de la Navidad, pero estén seguros de mi amor por ustedes cada día.

Su siervo y su hermano en Cristo, Padre Paul