Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
¡Felices Pascuas en este domingo de la Divina Misericordia! Que la generosidad de la misericordia de Cristo llene sus corazones con amor desbordante, el poder capaz de transformar el mundo del egoísmo al amor generoso para el bien del otro. La revista Magnificat da esta reflexión: “En este domingo de la Misericordia Divina recordamos las palabras de Santo Tomás de Aquino: ‘La misericordia consiste en cambiar una cosa de no-ser en ser’. Lo vemos suceder concretamente en la vida de la iglesia primitiva. La comunidad de creyentes ‘estaba unida, en corazón y alma ‘ y ‘todo lo que poseían era en común’. Estaban asombrados; eran testigos de signos maravillosos; se dedicaban al bien del otro; eran desinteresados y generosos. Ellos vivían con la fe que puede ‘vencer al mundo’ “. Esto es lo que deseo para mis parroquias y misiones, estar llenos de la Divina Misericordia tan poderosamente que nuestros corazones simplemente se desborden de un amor generoso que es acogedor y misericordioso.
Mi amor por ti es el que me mantiene cuando estoy exhausto, como Pedro Arrupe, SJ, bellamente escribió: “Nada hay más práctico que encontrar a Dios, es decir, que enamorarse. De una manera definitiva, total, de quién estás enamorado, lo que se apodera de tu imaginación, afectará todo. Decidirá lo que te va a levantar de la cama por la mañana, lo que haces con tus noches, cómo gastas tu fin de semana, lo que lees, a quién conoces, lo que te rompe el corazón y lo que te asombra con alegría y gratitud. Enamórate, permanece enamorado, y todo se decidirá.”
Hoy, mientras meditamos en la Divina Misericordia, el amor de Cristo que fluye desde el Sagrado Corazón traspasado como la sangre de la Eucaristía y el agua del Bautismo, consideremos cómo en nuestra vida y nuestra parroquia o misión, la Divina Misericordia nos llama para que seamos más amorosos para el bien de los demás. Todos tenemos tendencias pecaminosas y debilidades que nos revelan nuestra necesidad de un Salvador y la misericordia de Dios. Todos somos capaces de amar generosamente, como Dios ama. Es difícil ver en el otro, especialmente aquellos en los márgenes de la sociedad, a Jesús que está sediento y necesita consuelo y amistad. Cuando estoy cansado, soy incapaz de amar como Dios lo hace, sin embargo, la Divina Misericordia me mueve a confiar en la gracia, confesar mis pecados y llena los espacios en mi corazón donde carece el amor.
Debemos ser un pueblo ungido, una comunidad que comparte el amor desbordante que llena nuestros corazones durante la Pascua. Como pueblo de fe, esperanza y amor, poseemos el mayor poder en el mundo: ágape, amor que se preocupa por aquellos que necesitan amor y amistad. La Divina Misericordia es el poder de la “Nueva Evangelización”. En términos simples, compartir la alegría del Evangelio. El amor de Cristo nos llena de alegría y un desbordante deseo de orar, recibir los sacramentos, vivir en unión con Dios y ser generosos con los demás.
El amor generoso está transformando cómo vivimos la fe. Estamos viendo muchos regresar a la confesión y preparándose para tener sus uniones civiles bendecidas por el Sacramento del Matrimonio. El Espíritu Santo está sanando enfermedades físicas y espirituales. Permitamos que otros sean ungidos con el aceite de nuestra alegría.
Tu siervo en Cristo, Padre Paul