Hermanos y hermanas en Cristo,
En esta Fiesta de la Ascensión contemplamos la revelación que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote ante el trono de Dios. También honramos y celebramos el Día de las Madres, y damos gracias a todas nuestras madres que nos dieron a luz, nos enseñaron nuestras oraciones y nos criaron mientras crecimos de bebés a adultos. En la mayoría de mis parroquias, celebramos la Primera Comunión, el Sacramento de la presencia real de Jesús que nos ayuda y nos hace santos. ¿Quién no querría tener a Jesús en su alma y fortalecerse de su presencia cada domingo? Muchos hoy no toman la Sagrada Eucaristía como una recepción totalmente Santa de Jesucristo, así que me gustaría compartir la experiencia de dos Carmelitas al recibir la Primera Comunión. Deje que sus corazones sean conmovidos por el amor.
Primera Comunión de Sta. Teresita de Lisieux: “Por fin llegó el día más maravilloso de mi vida, y puedo recordar cada pequeño detalle de esas horas celestiales…Cuán hermoso era, ese primer beso de Jesús en mi corazón… Yo sabía que me amaba y dije, ‘Te amo, y me entrego a ti para siempre’. Ese día fue una fusión completa: ‘ya no éramos dos, porque desaparecí como una gota de agua perdida en el enorme océano. Sólo permaneció Jesús…Era sólo gozo, profundo e inefable gozo que llenó mi corazón’”.
A la edad de diez, Santa Teresa de Los Andes, antes de su Primera Comunión, se convirtió en una nueva persona al entender que Dios iba a morar en ella. Se dispuso a la adquisición de las virtudes que la harían menos indigna. En su Primera Comunión recibió la gracia mística de escuchar a Jesús hablarle. Dios transformó sus inclinaciones naturales a ser orgullosa, egocéntrica y testaruda. Llevó una continua guerra en cada impulso que no surgía del amor. Cuatro años más tarde Jesús le dijo que sería una carmelita y que la santidad debía ser su objetivo. Con abundante gracia y la generosidad de una niña enamorada, se entregó a la oración, a adquirir virtud. Alcanzó un alto grado de unión con Dios. La impregnó el amor de novia con un deseo de unirse a Él. A los quince años hizo votos de virginidad por 9 días y a partir de entonces los renovaba continuamente.
Ambas Carmelitas aprendieron a amar a Dios y a la Santísima Virgen María por sus madres. También nosotros agradecemos a nuestras madres por sus oraciones y por enseñarnos la fe y nuestra devoción a la Santísima Virgen María. Por supuesto, no todos estamos llamados a ser santos claustrales, pero somos llamados a ser santos a través de los sacramentos, especialmente la Sagrada Comunión. Ruego que el Espíritu Santo abra todos los corazones para que comprendan la verdadera presencia de Cristo en la Eucaristía. La Eucaristía es la fuente y la cumbre de nuestra fe, los Sacramentos nos hacen la Iglesia en el Bautismo y la Sagrada Comunión aumenta en nosotros la gracia del Bautismo.
Hago un llamado a todos los que tienen su corazón roto por no poder recibir la Sagrada Comunión a hablar con un sacerdote. Anhelamos amarlos y apoyarlos como hijos amados de Dios. Queremos ayudarles a participar en la vida de la parroquia, tanto como sea posible, en relación de su estado del Santo Matrimonio.
Que la paz de Cristo encienda sus corazones en llamas,
Padre Paul