Queridos Parroquianos:
Estamos en uno de esos años, un año de elecciones. Vamos a ser bombardeados con más de la cantidad habitual de política y opiniones por todas partes. Entiendo totalmente que puede ser tan abrumador o frustrante que queramos renunciar a todo. Sin embargo, ¡no podemos y no debemos hacerlo! Todo lo que hacemos como miembros de nuestras familias, comunidades y país lo hacemos como discípulos de Cristo. Estamos llamados a vivir y promover el Evangelio en cada parte de nuestra vida, incluyendo nuestras vidas públicas y políticas y votar guiados por nuestra fe, pero también mucho más.
El Papa San Juan XXIII enseñaba que la Iglesia es la Madre y Maestra del mundo. Como maestra, ella no es tímida acerca de proclamar a todo el mundo lo que es cierto y lo que es bueno para la humanidad; como madre, la Iglesia enseña suavemente, con paciencia y compasión por los más débiles. Debido a su papel como madre y maestra, la Iglesia se siente cómoda hablando sobre las políticas y decisiones de los líderes y las naciones.
Mientras que ella respeta que los gobiernos seculares son, y deben ser, independientes del control religioso, la Iglesia no tiene miedo de decirle al mundo que hay cosas en el Evangelio que son verdaderas para todos, independientemente de su fe, simplemente porque somos humanos: que la vida es sagrada; que todos los hombres son iguales; que el trabajo debería proveer para su familia; que los indefensos merecen protección; que los pobres merecen misericordia; que la familia es el cimiento de la sociedad; y muchas otras cosas. La Iglesia también sabe que es su derecho condenar ideas y acciones malas. Las buenas personas pueden estar en desacuerdo y debatir cuestiones de cómo poner estas verdades en acción en nuestro mundo y la mejor manera de atender las necesidades de nuestras familias, comunidades y gobiernos. De hecho, la Iglesia como madre está orgullosa de sus hijos que tratan de encontrar las soluciones necesarias.
Nosotros, como la Iglesia misma, estamos llamados a ser madres y maestros, y esto se inicia en nuestra comunidad. Es cuidado maternal que mostramos al ser voluntarios o donar a la caridad; es la audacia de un maestro que nos lleva, guiados por nuestra fe, para discutir y votar sobre tal o cual pregunta de la boleta o primaria.
En el ámbito nacional y estatal, es preocupación maternal que nos lleva a hacer preguntas a nuestros líderes sobre sus planes para el futuro y la calidad de sus políticas; es la audacia de un maestro que nos mueve a debatir si tal o cual candidato es una opción conveniente o incluso moralmente aceptable para un votante católico.
Ser madre y maestra se aplica también a cuestiones nacionales y mundiales, por ejemplo, ¿qué hacer con los refugiados desplazados o perseguidos en sus países de origen debido al terrorismo, la droga y la trata sexual? La Iglesia enseña y creemos que estas pobres personas merecen protección, así como ayuda práctica inmediata. Sin embargo, podemos debatir y discrepar sobre cuál es el mejor curso de acción que les ayude a: Qué naciones deben tomarlas; cómo se van a cuidar; cuánto tiempo se pueden quedar; quién, si alguien, tiene prioridad; y cómo descartar a los delincuentes y terroristas, etc. Buenos católicos, buenos cristianos, gente de buena voluntad pueden diferir sobre estas y otras muchas cuestiones, pero nunca es una opción ignorar a los pobres que claman al cielo.
Como discípulos de Jesucristo, tenemos el deber y privilegio de ser la Iglesia, madre y maestra del mundo, en la vida cotidiana. Si permanecemos fieles a esta misión, incluso frente a la política y el ruido, podemos remodelar nuestra comunidad, país y mundo para bien.
Padre Brian Thompson