Estimados hermanos en Cristo:

En esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, Jesús nos habla del Reino de Dios y nos ofrece el pan divino en la Eucaristía. El domingo pasado les enseñé a ustedes acerca de la conexión entre el amor mutuo entre el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y el Santo Matrimonio. La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo continúa esta lección sobre la transmisión de la vida divina en los Sacramentos. La Eucaristía es en verdad el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo bajo las apariencias de pan y de vino. Antes de que Jesús dejara a sus Apóstoles, les dijo: “Nunca los dejaré ni los desampararé.” Él nos dio su mismo cuerpo y sangre en la última cena y continúa  dándonos su divinidad en cada Misa.

Tengo un deseo profundo de ofrecer la Santísima Trinidad a todos, especialmente los que más necesitan de sanación y vida divina. En obediencia a nuestro Arzobispo y a las enseñanzas de la Iglesia Católica invito a todos a las aguas del Bautismo, la alianza eterna del Santo Matrimonio, y a comulgar. Jesús es la manifestación total de misericordia en su encarnación. No es correcto decir: “El Padre Pablo se niega a bautizar a los bebés de los que no están casados por la Iglesia”. La verdad es que yo amo con compasión a quienes no pueden recibir la Eucaristía debido a la falta de matrimonio en la Iglesia o de un matrimonio anterior. La Iglesia nos invita a luchar para ser santos, porque esto es posible y es una promesa de Cristo a través de las obras del Espíritu Santo. La Iglesia ofrece el ejemplo de los santos a anunciar en las palabras del Vaticano II: “un llamado universal a la santidad”. Ella entiende que no somos perfectos y sus sacerdotes aceptan cada pecador como es, hoy. El amor por ustedes exige que los anime a una vida de santidad para que puedan estar seguros de recibir la vida eterna.

La santidad es posible para la gente común, no sólo extraordinarios santos, sacerdotes y monjas. Parejas normales y trabajadores comunes se convierten en santos por amarse unos a otros, educar a los hijos en la fe y trabajar con dignidad por amor a Dios. Es una mentira de Satanás que es imposible ser castos y obedecer la ley de Dios. Castidad no significa vivir sin relaciones sexuales, sino vivir respetando la dignidad de Dios y de tu pareja. Las virtudes son los objetivos que propone la Iglesia para que logremos poco a poco. Cuando fallamos, y todos fallamos al amor en alguna parte de nuestra vida, Jesús nos invita a recibir la gracia de la misericordia en la Confesión.

Jesús ofrece el Santo Matrimonio a las parejas no como una restricción a la libertad, sino como una fuente de gracia y alegría según la voluntad de Dios para la familia. Cuando te digo sobre tu obligación de casarte por la Iglesia, te estoy invitando a recibir las mejores bendiciones que Dios quiere para ti y para tus hijos. Proclamo el bien del Santo Matrimonio, porque quiero que todo el mundo pueda recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Te invito a recibir todas las gracias de Dios, para que puedas vivir en la paz que Cristo promete a aquellos que le obedecen. No aceptes falsos testimonios, quiero bendecirte y ayudarte a alcanzar la vida eterna.

Tu siervo en Cristo, Padre Paul