Queridos hermanos y hermanas:

¡Feliz Navidad! Al entrar en la temporada de Navidad con alegría y esperanza, ruego para que encuentren a Cristo en la maravilla de las Misas. Más importante aún, ruego para que encuentren a Jesús en su corazón como fuente de paz, alegría y esperanza: la “Palabra de Dios hecha carne”, que hemos anunciado como Emmanuel.

En la belleza de las tarjetas de Navidad y los belenes, vemos el amor de una familia con nuestro Salvador recién nacido, que nos recuerdan que hay un propósito para todo lo que compone la vida, el universo y la Iglesia. El universo con sus leyes, la belleza y la gloria, no viene de una “fuerza” impersonal como en Star Wars. Nuestro Dios ha revelado el deseo de relacionarse con nosotros como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la Navidad, la Iglesia ofrece el poder y la misericordia infinitos de Dios envueltos en pañales, dormidos en los brazos de María. Este es Jesús, es Emmanuel, quien vino en humildad con nosotros.

Me encontré con este Jesús misericordioso cuando era un niño en mi pueblo en la península superior de Michigan. Su nacimiento se nos anunció y a los pobres pastores en los campos. Ángeles cantaban “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.” Cuando cantábamos mi corazón se llenó de maravilla adorando a nuestro rey. Me dio consuelo y alegría con su amor. Esta misericordia y amor de Cristo es la relación más real que podemos experimentar. Jesús es el amante que nunca falla a su amada y nos revela que somos hijos e hijas amados de Dios. Su divino amor es derramado sobre nosotros, incluso si no nos sentimos dignos. Conocí el amor divino en mi corazón de niño y me di cuenta de la infinidad del amor de Dios y su Iglesia.

Jesús vino delicada y desamparadamente encomendándose a María y José y ahora se encomienda a nuestro cuidado. El Niño de la Navidad es amor infinito, es este niño que dispensa misericordia en la Confesión y la vida divina en la Eucaristía. Sólo podemos recibir la plenitud de la gracia ofrecida, si venimos en un estado de gracia de la Confesión. Sí, cada uno recibimos gracia, pero la gracia depende de nuestra disposición y el estado de nuestra alma. Uno de los mayores regalos de Cristo es la misericordia que recibimos en la Confesión. Dios nos llama a ser santos y nos hace santos a través de la oración, la Misa, la Confesión y la Eucaristía. La humildad es la marca de la vida cristiana en la imitación de Jesús que se hace a sí mismo débil en la persona de sus sacerdotes para convertirse en la fuente de nuestra esperanza y alegría.

Estaré con mi familia durante dos semanas en Texas comenzando el 26 de diciembre. Permanecerán en mi corazón y mis oraciones. Vamos a empezar el Año de Misericordia con amor y generosidad. ¡Feliz Año Nuevo!

Tú siervo en Cristo, Padre Paul